Salir a la calle fue volver a sumergirse en la oscuridad y en el miedo. En verdad tenían más que recorrer un trozo de avenida, girar en la segunda esquina y ya estarían en la calle en cuesta hacia su casa, pero mientras más ancha era la calle, más insegura le parecía a él. La chica, en cambio, iba desenvuelta, contenta, silbando algo. El puto silbido ponía a Macri más en tensión; no paraba de mirar atrás y a los lados, tanto se sentía indefenso y acosado.
En un momento dado vio las luces de un coche acercarse a lo lejos por su mismo lado de la calle. Venía sin prisas pero a él le entro pánico. Miró hacia atrás y calculó que ni corriendo tenían posibilidad alguna de llegar a la próxima esquina antes de que el coche alcanzase su altura. Aún así estaba a punto de echarse a correr. Se imaginó una ráfaga de ametralladora y decidió tirarse al suelo en cuanto estuviera más cerca, aunque hiciese el ridículo delante de Maru.
No le dio tiempo. Del coche salieron tres tipos armados y enturbantados. Los agarraron con fuerza y los arrastraron sin contemplaciones a pesar de sus gritos histéricos. Los metieron de cualquier manera a empujones en el todoterreno. Dentro, estrujados ente esos tipos apestosos a cabra que los sujetaban fuertes, Macri se calló pronto, al segundo puñetazo en la cabeza. A Maru tuvieron que pegarle más.
Los tipos hablaban sólo dari, dándoles órdenes bruscas. Nada más subir al coche les había echado un trapo a cada uno por la cabeza y tras la agresividad intensa de los primeros momentos, la situación se calmó. Sólo se oía a los afganos gritándose entre sí y algunos sollozos apagados de Maru.
Macri sentía el estómago en la boca, estaba al borde del colapso nervioso, no podía ni respirar a causa del miedo. Estaba seguro de que lo iban a matar. Ese era el final y no había solución alguna. Pánico e impotencia presionándole el esternón.
El coche se paró bastante pronto. Los sacaron agarrándolos fuerte por el cuello, casi sin dejarlos respirar. En pocos momentos los dos se habían vuelto dóciles, entregados. Los hicieron andar, prácticamente a rastras a través de un patio y varias puertas. Sus captores iban saludando a otra gente al pasar, sin soltarlos en ningún momento.
El grupo se detuvo en lo que sonaba como una sala más pequeña. Los hicieron arrodillarse y antes de quitarle la capucha Macri se ganó un puñetazo gratuito y bestial en la sien. Tardó unos segundos en poder mirar alrededor y hacerse una idea de dónde estaba.
Era una habitación normal de una casa. El suelo estaba cubierto de alfombras rojas, que debían ser bstante caras, a juzgar por lo mullidas que resultaban. A los lados había situados cojines bajos tapizados ricamente y dispuestos para sentarse. En las paredes algunos cuadros con miniaturas árabes enmarcadas en marcos anchos de laca marrón. Enfrente de ellos, echado sobre un cojín y rodeado por varios hombres armados estaba el que parecía el jefe de todo el cotarro. Un hombre gordo, de piel muy morena, prácticamente calvo, con el pelo cano en las sienes y labios grandes. Llamaba la atención por lo calvo y por un par de ojos exageradamente penetrantes. Llevaba una túnica marrón claro y un chaleco blanco sin mangas encima y se dirigió a ellos en un inglés con perfecto acento americano de Virginia:
-Bienvenidos a mi casa. Me llamo Hasmat Ghani Ahmadzai. He mandado que los traigan aquí porque quería tener una charla con el señor Macri Zibris, pero no teman, será algo breve y a ustedes por ahora no va a pasarles nada.-ninguno de los dos dijo nada- ¿Me entienden?
-Perfectamente -Contestó Macri. Maru se limitó a asentir con la cabeza.
-OK. Sabemos, señor Macri, que ha venido Usted a nuestro país para tasar la legendaria espada del príncipe de Gor. Lo único que le vamos a pedir es que cuando se la enseñen pida algún tiempo para examinarla y nos avise inmediatamente. Del resto nos encargamos nosotros, pero le aseguro que nadie jamás sabrá que fue Usted quién nos avisó. A cambio sabremos recompensarlo.
-No sé de qué me habla. Yo no he venido a tasar nada, ni sé nada de ninguna espada. Ni siquiera entiendo lo más mínimo de espadas. yo he venido a comprar los derechos de un libro...
-Jajaja! ya sé, ya sé que su misión es secreta, pero no nos tome por tontos, señor Macri. Somos asiáticos, pero no tontos.
-Le aseguro que..
-Lo sabemos todo. Tenemos a nuestra gente infiltrada en muchos lugares y nos enteramos de muchas cosas. Sabemos que ha venido a entrevistarse con el señor Boris Paton, y sabemos que Usted le ha ofrecido dinero, y que viene a valorar la espada y que a cambio están dispuesto también a ofrecerle el título.
-¿De qué habla? Creo que lo han entendido mal. Ha habido una confusión. Yo soy agente literario y Boris Paton va a publicar un libro en Ucrania que queremos traducir al inglés, aunque habrá que cambiarle el título, y yo he venido a negociar los derechos, porque...
-Es Usted muy inteligente, señor Macri...pero no me puede engañar. Tenemos maneras de hacerle confesar, pero creo que no tenemos que llegar a eso. A mi también me gusta jugar, así que señor Macri-agente literario, si cuando esté usted en Chachag llega a sus manos la espada del príncipe de Chor, llame al número que le van a dar mis hombres. espero que entienda que debe hacerlo, ya sabe Usted que en mi país la vida de un hombre, incluso aunque sea agente literario, vale muy poco.
-Pero qué mierda de espada es esa? Le juro que no sé de qué me habla.
-Bueno, se lo contaré para ilustrar a la señorita -por primera vez Maru, que parecía ausente durante toda la conversación, levantó la cabeza hacia su anfitrión.
-La mayoría de los extranjeros que vienen a mi país desconocen por completo la historia de Afganistán. Creen que lo mas antiguo que nos ha pasado fue la invasión rusa, y no saben que éste es uno de los lugares con más historia del mundo.
-Muchos sí lo sabemos
-Ya, usted por supuesto que lo sabe, señor Macri. ¿ Ve como nos vamos entendiendo? El caso. señorita, es que a mediados del siglo XIX el rey de Afganistán, Dost Mohamed, estaba perdiendo el control de grandes partes del país. En particular, varios clanes tayicos que se dedicaban al comercio de esclavos habían establecido un gobierno independiente y sanguinario en la zona de Gor. Era una vergüenza para nuestro país pero el rey no tenía ejército suficiente para luchar contra ellos. Entonces apareció por Kabul un personaje extravagante. Era un aventurero norteamericano, millonario para más señas. Se llamaba Josiah Harlan y por aquel entonces vivía en la India. Harlan, que era también un hombre muy religioso, se ofreció al rey para liberar Gor y acabar con los esclavistas.
-Parece un cuento de Ruyard Kipling.
-Ya sabe, señor Macri que lo es -Hashmat sonreía cada vez más- El caso es que reunió un ejército mercenario en la India. Eran mil soldados de caballería, cuatrocientos camellos y un elefante. El bueno de Josiah Harlan quería emular a Alejandro Magno, de ahí lo del elefante. El caso es que con ese ejército, al que unió muchos esclavos hazara liberados, consiguió derrotar a los tayicos, acabar con la trata de esclavos y liberar las provincias centrales que puso a disposición del rey Dost Mohamed. A cambio, el rey lo nombró Príncipe de Gor y ordenó que le ofrecieran la espada más valiosa jamás elaborada en Afganistán; una espada de plata decorada en lapislázuli que formaba parte del tesoro real desde la época del impero gurida. El rey ordenó que Josiah y sus descendientes conservaran el título nobiliario y la espada como símbolo de su poder sobre el territorio de Gor.
-Una historia muy bonita. Supongo que esa es la espada que según Usted yo debería tasar.
-Muy inteligente! Sí. La espada se conservó en la casa familiar de los Harlan en Pennsilvania hasta hace cincuenta años. Entonces fue misteriosamente robada y desapareció. Para mi pueblo esa espada es muy importante...
-¿Su pueblo? -esta vez fue Maru la que interrumpió.
-Sí, el pueblo kuchi. Yo, señorita soy un simple nómada, un kuchi, como nos llaman aquí.
-Nadie lo diría. Tiene Usted una casa muy bonita.
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