La chica lo llevaba casi a rastras. Saludó de pasada a un guarda sentado indolente en la puerta de llegada con su kalasnikof en las rodillas y sólo se pararon ante un landrover reluciente. El afgano con shelwa (la típica túnica afgana) y turbante que estaba apoyado en el coche se levantó diligente para meter el saco de Macri en la parte de atrás. Sólo cuando estuvieron sentados pudo Macri abrir la boca y preguntarle a la chica su nombre:
-Me llamo Maru.
-Francesa?
-Tú que crees, con este acento?
-No sé, podrías ser de Quebec.
-Claro, o de Senegal.
-Así es. Bueno, y llevas mucho tiempo aquí?
-Casi dos semanas- La chica le sonrió al decirlo, y era difícil saber si sonreía con ironía, riéndose de sí misma por novata, o convencida de que en ese tiempo ya se había convertido en una veterana. Con los franceses nunca se sabe.
-Y qué tal te ha ido el viaje?
-Normal. Nada especial. Un viaje en avión como todos.
-Vaya, creo que eres el primer extranjero que llega a Kabul y no tiene una anécdota que contar de Ariana, las líneas aéreas más divertidas del mundo.
-Es que no soy un aventurero. Ni un escritor.
Hasta ahí dio de sí la conversación. La chica se quedó mirando pensativa por su ventanilla y Macri aprovechó para estudiarla con disimulo. No era demasiado fea; un poco de cara de hombre y los hombros anchos; a él le iba ese tipo de chicas. No tendría más de veinticinco años y vestía desenfada: unos pantalones anchos oscuros, una camisa negra de hombre y esa cinta tan hippy en el pelo. A simple vista, una de esas muchachas que llegan supermocionadas a trabajar fuera, con ganas de ayudar a mucha gente.
Mentalmente Macri la calificó rápidamente de aburrida, por previsible.
Todas las ciudades son similares vistas desde el coche que te trae del aeropuerto. Al menos todas las ciudades incivilizadas. Macri sólo vio avenidas grandes y vacías. Edificios altos de color tierra o grises, que pegaban bien con el cielo medio nublado del anochecer. Kabul parecía mucho más grande de lo que había previsto. Pero era viernes por la tarde y estaba entera desierta. No vio ningún semáforo. Se cruzaron con algunas bicicletas y pocos coches. En alguna esquina había gente parada, mirando, sin hacer nada, pero casi nadie más. Dejaron atrás las avenidas y se metieron por un barrio moderno, de casas grandes de estilo occidental y muros altos. De pronto todo parecía menos anticuado y hasta el aire soviético había desaparecido. Se pararon frente a una casa con tejado a dos aguas y las paredes de cemento aún sin pintar. Estaba rodeada de una valla de madera. En la puerta un guardián armado.
Resultó que era el "peace hostel" de Kabul. La casa, autogestionada en teoría, servía de alojamiento a todos los cooperantes de organizaciones "alternativas" que pasaban por Kabul, previo pago de una pequeña cantidad. En la puerta los esperaba un chico alto, con una gorra, barba de pocos días y gafas de pasta. No hizo falta que hablara para que Macri supiera que era americano:
-Hola! Yo soy Joe! Tu eres el de la editorial, ¿no? Ya nos dijo la gente de MEDERA que llegabas hoy. Bienvenido.
-Mi nombre es Macri. Tú en qué trabajas?
-Soy el coordinador de Nexus, la asociación que gestiona el Peace Hostel.
-Nexus? mmmm..¿como Sexus, de Henry Miller?
-Intentamos que sea menos promiscuo. Coordinamos iniciativas de colectivos pequeños que tienen proyectos para ayudar aquí en Afganistán y no tienen infraestructura.
-Suena bien.
-Bueno, es una manera de canalizar proyectos de parroquias, asociaciones y de gente corriente sin tener que pasar por la mafia de las oenegés grandes...-
ahí lo cortó Maru:
-Venga Joe, no le sueltes el rollo a estas horas. Vente, Macri, te voy a enseñar tu cama.
Se lo llevó hasta una habitación con tres literas. Macri eligió una de las dos de arriba que quedaban libres (¿cómo puede ser que hayan dejado libre precisamente dos de arriba, que es donde mejor se duerme?) y deshizo ligeramente su equipaje. Preguntó por el baño pero cuando se enteró de que sólo había agua caliente una hora por la mañana desistió de la ducha. Se limitó a cambiarse de camiseta y salir a la sala donde Maru y un grupo de gente charlaban fumando. Ella le guiñó el ojo, sonriente.
-¿Qué te apetece hacer ahora?
-¿Qué opciones tenemos?
-Bueno, en teoría ninguna.
-¿Y eso?
-Verás, llevamos ya dos meses en situación de alerta máxima. Tenemos prohibido salir a la calle como no sea para ir al trabajo, pero si te apetece podemos dar una vuelta o ir a cenar a algún sitio.
-¿No dices que está prohibido?
-Bueno, lo está, pero por eso yo vivo aquí en vez de en la casa de MEDERA. Los demás contratados de mi organización viven allí, pero faltaba un cuarto y me ofrecí para quedarme aquí. En la casa aquella los jefes te controlan y no hay manera de escaparse. Aquí todo es más relajado.
-Venga ya Maru -Joe se metió en medio de la conversación a carcajadas- no te quedaste aquí por eso sino para poder fumarte tranquilamente tu porrito cada noche.
-Bueno eso también. En verdad si aguanto vivir en una casa donde no tengo privacidad ninguna, donde nadie limpia y rodeada de hippies es por eso, para ser un poco más libre. Al fin y al cabo yo he venido a conocer el país, no a hacer curriculum.
-Hmmmm, genial. Cuando conozcas una mazmorra talibán, me lo cuentas. Pero por carta, no sea que no vuelvas.
-Gilipollas! ¿Qué pasa, que a los jefes de las organizaciones nunca los secuestran? Porque ellos redactan sus manuales de seguridad y prohíben todo, pero después salen todas las noches a restaurantes y fiestas.
-Como quieras, pequeña. Eres libre. No soy tu papi -Cuando Joe sonreía enseñaba unos dientes enormes que asustaban.
A Macri la chica empezaba a caerle bien. Era tan alternativa como se había imaginado, pero destilaba cierta rabia con el mundo exterior bastante enternecedora. Aceptó la proposición de cenar fuera.
Cogieron las chaquetas, Maru se encasquetó un pañuelo negro en la cabeza, tapándole el pelo, saludaron al guarda y salieron a la calle. En el momento mismo en que la puerta se cerró detrás suya Macri se sintió desamparado. Se había hecho de noche de pronto y no había ninguna iluminación. La calle estaba negra y desierta. La oscuridad y el silencio ya podrían dar miedo por sí solos, pero la sensación era casi de terror al venírsele automáticamente a la cabeza todos los relatos de secuestros, atentados y agresiones en Afganistán que había leído antes de salir. Estaba seguro de que alguien lo vigilaba desde fuera dispuesto a saltar sobre él. Por un momento hasta le faltó el aire y estuvo a punto de darse la vuelta. Pánico.
En cambio Maru parecía segura y tranquila, y eso terminó de asustar a Macri,; no le cupo duda de que una muchachuela que llevaba tan poco tiempo en el país y que salía con esa despreocupación sólo podía ser una inconsciente.
-¿Vamos lejos?
-Qué va. Hay un kebab a dos manzanas que está siempre abierto.
-¿Dos manzanas? -Macri exageró su acento, pero ella se limitó a sonreír.
Andaban con paso rápido y las manos metidas en los bolsillos. La calle era cuesta abajo. La mayoría de las casas estaban construidas recientemente, en un estilo bastante centroeuropeo. La chica le contó que estaban en el barrio de Sharenou, que es el de los occidentales, los ricos y las embajadas. En muchas de las puertas había guardas, algunos sentados en sillas colocadas en mitad de la calle, otros en casetas de vigilante; en un par de esquinas estaban detrás de un parapeto de sacos de arena. Todos los saludaban al pasar a su lado. La mayoría les decía "Shabakhair", que quiere decir buenas noches, y ambos respondían lo mismo. Otros usaban otras frases en dari que Maru no era capaz de traducir, pero parecían saludos formales, así que ellos les respondían con un educado "Salam" que siempre queda bien en estas tierras.
Tardaron menos de diez minutos en llegar al local. No era demasiado diferente de cualquier bar de kebab que Macri hubiera conocido. Poco iluminado, con el rollo de carne torneada dando vueltas, grasiento y dos mesas estrechas muy pegadas a la barra. Estaba vacío salvo por el camarero.
Se sentaron en una de ellas. Pidieron el menú único y dos té. Les sirvieron dos platos de plástico cargados de virutas de carne, otro más con ensalada, un cuenco de salsa blanca y una bandeja llena de tortas de pan. Maru le enseñó a usar el pan para agarrar con él pellizcos de carne, mojarlo en la salsa y llevárselo a la boca. Fue una cena agradable. Hablaron de amores. Maru estaba de acuerdo en que es imposible irse medio año a Afganistán y mantener una pareja en su propio país. Le contó que la mitad de los miles de trabajadores internacionales de la ciudad habían llegado hasta allí huyendo de un fracaso amoroso. Y la otra mitad eran parejas de cooperantes. Le habló también algo de un joven francés que vivía en Lyon pero que seguramente no la esperaba.
Al acabar Maru fue al baño a lavarse las manos y Macri se quedó solo por primera vez en un rato largo. Estaba contento, comiendo kebab en un lugar solitario en mitad de Kabul. Miró a la mesa vacía y al pan que había sobrado.
En dari lo llaman nan. Son las mismas tortas blandas que se usan como pan en todo Asia central, y hasta en la India. Y las mismas que acompañan cualquier comida en Turquía, aunque allí lo llamen pita. Pita, que es la base, nunca mejor dicho, de la pizza italiana, evidentemente. Y al pensar esto último a Macri se le viene a la mente la imagen de los artesanos de pan turcos o sarracenos desembarcando en Sicilia conquistada para alimentar a sus tropas, y se los imagina perfectamente dando órdenes a los albañiles italianos para construir tandoor, que son los hornos abovedados donde se cuece el pan, pegado a las paredes. Y no le cuesta nada imaginarse el triunfo de esos panes olorosos por toda la isla, ni que los panaderos otomanos decidieran quedarse en Sicilia y sus familias acabaran instalándose allí y poniendo tomate, queso, alcaparras y anchoas sobre la pita. Por un momento, mientras Maru regresa del baño, Macri se evade de ese antro oscuro afgano y, soñando con escribir algún día la historia de la pizza, vuelve a su mediterráneo natal. Que antes de llegar a Sicilia, los turcos pasaron por Chipre. Y Macri, no se olvide, es chipriota.
El regreso de Maru, ajustándose el pañuelo del pelo, interrumpió la disquisición gastronómica antes de que fuera a más.
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