[RELATO SIMPLÓN Y ESPONTÁNEO DE ACTUALIZACIÓN SEMANAL]

Macri, chipriota errante, normalmente en paro pero que ahora trabaja en Londres para una editorial, emprende una aventura para intentar conseguir los derechos de autor de un libro ucraniano de ciencia ficción. Desgraciadamente el soldado está integrado en tropas internacionales y Macri viaja siempre ahorrando.

(English version here)


PRIMERA ENTREGA

Macri pensó con melancolía que los aeropuertos son siempre lugares seguros, uno se siente a salvo en ellos; nada que ver con el país que espera ahí fuera amenazante. Pocas cosas le creaban más inquietud a Macri que llegar al aeropuerto de una ciudad desconocida, recoger el equipaje de la cinta y verse expulsado de esa zona segura. En el mismo hall de los aeropuertos, justo a partir de la baranda que delimita siempre la salida, empieza lo incógnito. Ahí se instalan siempre taxistas mafiosos, cambistas, hosteleros de mala pinta y timadores en general dispuestos a desvalijar al extranjero que llega inocente, indefenso como un polluelo frente a una manada de bisontes.
Eso pensaba Macri, con cierta aprehensión, en el autobús que lo llevaba camino del edificio principal de aeropuerto de Kabul. Jardinera, llaman a esos autobuses y nadie sabe por qué, porque no llevan flores, sino personas; Macri recordó un viejo chiste de azafatas, que dice que el nombre les viene de que van llenas de capullos. Así se sentía él, como un capullo. Iba dándole vueltas a las posibilidades que se le ofrecían en caso de que nadie fuera a recogerlo. Desde Londres había concertado que fueran a recogerlo con la ONG francesa dedicada a la promoción cultural que iba a acogerlo en Kabul; eran su único contacto en el país. Se la había recomendado un fotógrafo que trabajaba a veces para su editorial y un par de meses antes había conseguido que estos mismos franceses  lo acogieran durante su estancia por Afganistan. Cuando consiguió el número y por fin los llamó para pedirles ayuda para localizar a  Boris Paton, el tipo con el que hablaba -un tal Gerard- se mostró interesado y le ófreció todas las facilidades;  quizás incluso demasiado interesado desde el principio. Él se presentó. Le contó que era agente literario en la editorial Marvin Books y que  tenía el encargo de contactar con Boris Paton, un escritor ucraniano que al parecer  hacía su servicio militar en Afganistán, donde fuera que estuviese destinado, para ofrecerle un contrato editorial para los derechos de la traducción al inglés de su última novela. El chico de la ONG, que hablaba con marcadísimo acento francés, no lo dudó un instante:
-OK, puedes contar con nosotros. Si quieres puedes alojarte en nuestra casa en Kabul y te ayudamos a buscarlo.
-Pero, ¿tengo que pagaros algo? Es que no me dan demasiado presupuesto para el viaje...
-No te preocupes por eso, creo que lo mejor es firmar un convenio con vosotros, de asistencia gratuita para ese proyecto.
-Hmmmm...y ¿eso qué implica?
-Nada, solamente que figure nuestro nombre en el libro. Así podemos incluirlo entre nuestras actividades como promoción de la literatura.
-Lo tengo que consultar...es que yo... yo sólo me encargo de contactar con el autor, me mandan sólo a conseguir su firma...el resto es cosa de mi jefe.
-Ok, ok...te mando un borrador del convenio por email.
El convenio le llegó a su jefe y parece ser que lo firmó. A Macri sólo le dijo que estaba todo arreglado, que recogiera su billete para Afganistán y que se pusiera en contacto con el francés para que lo recogieran en Kabul. Ahora dudaba de si les habría llegado el email que mandó con su hora de llegada.
Macri pasó el control de pasaportes sin problemas. Un soldado afgano tocado con un kepis verde de lo más ridículo le selló el pasaporte sin comprobr siquiera la foto. Ya estaba dentro; en Afganistán. El aeropuerto era apenas un hangar venido a más. Los pasajeros se apelotonaban junto a la cinta de equipajes mezclados con mozos de carga con turbante, soldados americanos, señores con traje y hasta niños harapientos. Un desbarajuste.  Intentó abrirse paso hasta la cinta, atento a que nadie fuera a agarrar su saco. Macri usaba siempre en sus viajes un antiguo petate azul de marinero. Lo había elegido hace tiempo porque era cómodo y, a pesar de que la ropa llegaba siempre arreglada, le daba un aire bastante viajero. De pronto lo vio aparecer en el extremo de la cinta, cerrado con su candado. Se puso en tensión para agarrarlo cuando le llegara y en ese mismo instante alguien le puso la mano en el hombro:
-¿El señor Macri Zibris? -la pregunta, con indisimulado acento francés, se la hacia una chica joven, morena y sonriente. Llevaba una banda sujetándole el pelo en rastas. Tenía la piel muy blanca.
-Sí, soy yo - Macri intentó sonreír, pero en ese mismo momento estaba llegando el petate a su altura, así que se dio la vuelta para agarrarlo, dejando a la muchacha con la palabra en la boca. El petate se enganchó con una maleta que iba delante, y casi arrastra a Macri, que tropezó con un carrito de equipajes y acabó en el suelo, con su saco encima. La francesa lo miró, sonriendo levemente y arqueó las cejas. Macri estaba seguro de que estaba pensando que menudo mamarracho había ido a recoger, así que se levantó como pudo y, intentando hacer una broma, le dijo:
-Es que ahora dejan venir a cualquier a Afganistán. -Ella  casi ni lo miró y se limitó a empujarle el hombro:
-Vamos, es por allí.

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