[RELATO SIMPLÓN Y ESPONTÁNEO DE ACTUALIZACIÓN SEMANAL]

Macri, chipriota errante, normalmente en paro pero que ahora trabaja en Londres para una editorial, emprende una aventura para intentar conseguir los derechos de autor de un libro ucraniano de ciencia ficción. Desgraciadamente el soldado está integrado en tropas internacionales y Macri viaja siempre ahorrando.

(English version here)


SÉPTIMA ENTREGA

Se levantaron un momento después, tras un rato muy breve de besos y caricias más tiernas que excitantes. Maru se fue directa a la ducha, aprovechando que a esas horas había agua, y Macri a la habitación donde tenía su litera y su equipaje. En el pasillo se cruzó con Joe, que le dio sonriente los buenos días y lo animó a desayunar con él, así que apenas tuvo tiempo de llegarse a su petate y cambiar su camiseta sucia por otra limpia del mismo color negro, y se fue a buscar al americano.
La casa había sido construida, evidentemente, en los setenta. La sala la habían pintado en verde pálido y tenía una enorme ventana por donde ya, tan temprano, entraba mucho sol. El suelo, como el del resto de habitaciones, de moqueta. Los muebles también parecían ser de los setenta. Sentado en torno a la mesa y ante sendos tazones de café estaban el payaso y un chico pelirrojo y barbudo en animada charla. Charla intelectual, por supuesto. Joe lo reclamó desde la cocina.
Era la cocina donde se habían besado por primera vez la noche anterior. Joe estaba calentando al fuego una tetera con agua. Le explicó que la electricidad de la red no tenía fuerza bastante para hacer funcionar el microondas. Y efectivamente el aparato estaba conectado a un pequeño generador eléctrico pegado a la ventana. Macri no entendió qué relación podía tener el microondas con el desayuno. Al fin y al cabo las cafeteras no necesitan electricidad. En todo caso, Joe el llenó un tazón de agua y el pasó el bote de nestcafé y el del azúcar, ninguno de los dos demasiado limpios, por cierto. En ese momento llegó Maru con el pelo aún mojado. Se había puesto una camisa blanca, también de hombre, y se llenó otra taza.
-Tú sólo tienes camisas de hombre?
-Es que tengo muchos amigos. -Dijo eso, sonrió, le guiñó el ojo y le dio un beso rápido en los labios. En ese orden. Macri no tuvo tiempo de reaccionar y se quedó paralizado pero contento.
-Esa es ma petite - Joe, risueño parecía orgulloso de la chica. Le dio un golpecito amistoso en el hombro a Macri y se salió al salón con el café. Ellos dos se quedaron en la cocina.
-Bueno, qué planes tenemos para hoy?
-Yo tengo que ir un momento a la oficina de MEDERA, y a ti te vendría bien también para recoger tu billete de avión a Herat. No sé qué habrán gestionado, pero yo mañana tengo que ir a visitar un proyecto nuestro allí, estaría genial si podemos irnos juntos, no?
-Mañana? Yo pensaba que iba a poder volar hoy mismo. Le pedí a Gerard que lo organizara todo para acabar cuanto antes. Además yo no voy a Herat sino a Chagcharag, que es donde me dijo el famoso Boris Paton que está destinado.
-No sé nada de eso. Esas cosas las lleva Gerard pero si quieres te llevo a la oficina si quieres. Después, si no te vas hoy, podemos dar una vuelta por Kabul. Puedo enseñarte un poco la ciudad.
-Hmmm, turismo de guerra? Me encantaría...a ver qué me cuenta Gerard.
Maru telefoneó al chófer de su organización y poco después el sonido de una bocina indicaba que había llegado su vehículo. Un Corolla blanco. Maru volvió a taparse el pelo con un pañuelo. esta vez uno estampado de flores. Macri pensó que era una pena tapar esos rizos negros y que debajo del pañuelo jamás se le iba a secar el pelo. Pero se calló y subió al todoterreno.
En la puerta del peace hostel se cruzaron con una mujer con burka. Su primera mujer con burka.
En ese momento se dio cuenta Macri de que sólo llevaba medio día en Afganistán.
Durante ese tiempo había paseado por Kabul de noche, lo habían secuestrado, había dormido con una chica y quizás hasta se había enamorado. Todo demasiado de prisa.
Después de ésa vinieron muchas otras mujeres con burka. Kabul, de día ya, resultó ser una ciudad grande, moderna, animada y más próspera de lo que Macri se esperaba.
Estaban a principios de abril, pero aún hacía frío. Kabul ocupa un valle extenso rodeado todo de montañas. En esa época aún quedaba nieve en las montañas y aunque el paisaje polvoriento transmitía sensación de calor apetecía el calor del vehículo.
En pocas calles se vieron de pronto envueltos en el tráfico caótico de la ciudad. Maru le comentó que sólo existían dos semáforos en toda la ciudad. Era el típico detalle que siempre se le contaba a los recién llegados. En algún cruce había apostados entre los coches policías de tráfico con mascarillas quirúrgicas, Macri supuso que por la polución. Todos llevaban rifles de asalto y no resultaban demasiado eficaces en su tarea de regular la circulación. No se puede decir que los vehículos siguieran realmente ningún carril. Se circulaba haciendo eses, esquivando a los vehículos que venían veloces de frente y al montón de peatones deambulando por mitad de la calle.
La mayoría eran hombres, pero también se veían algunas mujeres. Más a medida que se acercaban al centro.
Había muchas mujeres sin burka. La mayoría con un chador o un simple pañuelo. Incluso alguna con pantalones vaqueros. Macri vio incluso algunas chicas jóvenes andando junto a muchachos de su edad, algo inaudito en un país tan fundamentalista. Eso sí, era justo al lado de un centro comercial. Una mole de diseño, con enormes cristales tintados, que desentonaba absolutamente entre las casas marrones de la ciudad.
Se cruzaron con algunos autobuses. Eran antiguos, de color gris oscuro y azul. La gente rebosaba de ellos como de un tren africano mientras avanzaban lentamente entre una nube de polvo.
Llegaron a su destino. Era un edificio alto del centro. Impersonal, con un aire inequívocamente soviético, como si jamás lo hubieran terminado del todo. La oficina de MEDERA estaba en el segundo piso. Tuvieron que pasar el ya tradicional control en la puerta del edificio, y uno más al ir a entrar al espacio de la ONG.
Dentro había varias mesas. La gente sentada en ellas ante sus respectivos ordenadores apenas hicieron caso alguno a macri, que se limitó a seguir a Maru hasta otra habitación donde entraron tras llamar discretamente a la puerta.
-Este es Macri. Y este Gerald.
-Bienvenido, ¿qué tal el viaje?
-uff, hace ya tanto que casi ni me acuerdo.
-Pues me parece que llevara aquí una semana.
Hablaron un poco más de banalidades. Después Gerard le explicó lo complicado que era reservar plaza en el vuelo de Naciones Unidas a Herat y que sólo habían podido encontrarle una para el día siguiente. También le explicó que personal de MEDERA en Herat iba a ayudarlo a conseguir un transporte hasta Chagchadar y a conseguir los permisos para entrar en la base militar. Gerard era el típico francés alto, de nariz aguileña y flequillo cayéndole sobre la frente. Parecía ir pronto con prisas y los despachó pronto. Antes de entrar Maru le había advertido de que nadie tenía por qué enterarse de su vida privada, así que tampoco ellos dos mostraban demasiada confianza entre sí. La francesa tenía que hacer algunos papeles y entregar unos informes y le propuso que la esperara por ahí.
Macri se dio una vuelta por la oficina. Como nadie le hablaba era aburrido, así que salió a pasear por la planta del edificio. Había alguna habitación completamente vacía, en obras y justo al lado otras oficinas, de algo que parecía un banco. Había también un cuarto con ventanales y unos guardas dentro jugando al backgammon. Se quedó un rato mirando el juego y como Maru tardaba, decidió asomarse a la calle. Justo delante del edificio había varios puestos de libros antiguos extendidos en la acera. Se detuvo a mirarlos. La mayoría eran libritos muy gastados, con los títulos en caracteres árabes. Se fijó en uno que estaba en inglés titulado "como aprender inglés sin profesor". La frase incluía dos faltas de ortografía. En ese momento se le acercó un señor de mediana edad, con barba y turbante a rayas. Lo agarró del hombró y Macri se sobresaltó; se le vinieron de pronto a la mente todas las escenas de la noche anterior y a punto estaba de salir corriendo en busca de los guardas, cuando el hombre le habló en un inglés muy deficiente:
-Hola. Como Está Usted. Mi nombre es Mahmet.
-Hola. -Macri desconfiaba aún, aunque le había soltado el hombro.
-Yo estudiante de inglés. Mucho gusta mi idioma y poco hablo.
-Oh, no lo habla Usted muy bien.
-Gracios. Mi no hablo bueno. No muchos ingleses Kabul para practicar.
-Pues no se nota.
-Encantado de conocerle. Mucho gusto –El hombre sonrió enseñando una dentadura toda negra y le agitó fuertemente la mano a modo de despedida. Dejó a Macri feliz, sintiéndose un poco estúpido de haberse atemorizado sin sentido de un buen hombre. Así que se animó a pasear unos metros calle arriba entre el gentío.
Hacía más fresco y el viento traía nubes de polvo. No se había dado cuenta hasta ahora de la cantidad de polo que sobrevolaba Kabul. Pese a todo la calle estaba colapsada de gente. Recordaba a un rebaño tupido de los de las películas de vaqueros. Entre la masa se abrían paso a bocinazos bicicletas, todoterrenos y carricoches de colores. Macri lo miraba todo encantado.
De pronto pasó un convoy militar a gran velocidad. Sin frenarse a pesar de la multitud. Eran Hummer sobre los que asomaban cañones y soldados americanos. La gente salió corriendo de la calle. Se apartaron con prisas abriéndole un pasillo como por arte de magia, y sin que hubiera ningún atropello que lamentar. Eran apenas cinco vehículos y tras ellos la multitud volvió a ocupar las calzadas como si nada hubiera pasado.
De pronto la ciudad le parecía mucho menos amenazadora. Se sentía cómodo con las risas provenientes de la casas de té, la música a todo volumen que salía de casi todas las tiendas diminutas que abarrotaban algunos edificios, todas con el mismo letrero azul colgado en la puerta. Aquí y allá algún transeúnte se había sentado en el suelo, apoyado en la pared para disfrutar del sol en un día tan fresco. El aire olía a carne y kebab.
Como siempre pasaba últimamente, de su disfrute lo sacó la voz de Maru llamándolo de lejos y haciéndole señales exageradas. Se acercó obediente, y hasta sonriente.
-¿Dónde te habías metido?
-Fui a dar una vuelta.
-¿Y qué tal? ¿Qué te parece mi ciudad?
-Tupida.
-Bonita definición. Venga, vamos, tenemos el resto del día libre.

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